“A los historiadores se les ha concedido un poder que incluso a los dioses
se ha denegado: alterar los hechos ya ocurridos”
Afirma Juan Riera en su libro Historia, Medicina y Sociedad :
“Sobre el Corpus
existen numerosas interpretaciones. Una de las más verosímiles
parece ser la aportada por el sabio helenista Ludwig Edelstein,
a cuya autoridad nos remitimos. Según este filólogo, durante
su vida Hipócrates era un famoso médico, pero no el único.
Junto a Hipócrates debieron ejercer médicos al menos de igual
valía y prestigio profesional en la Grecia clásica del siglo
V a. C. Sin embargo, a partir del siglo III, con el auge de
la Escuela alejandrina, fueron recogiéndose textos científicos
griegos de los siglos anteriores. Durante esta primera etapa
del período alejandrino tuvo lugar, según Edelstein, un proceso
de mitificación de la figura de Hipócrates, como Padre de
la Medicina, cuyo nombre se utilizaría para designar un conjunto
de escritos de muy desigual procedencia temporal, ideológica
y temática.
Edelstein, a través de un penetrante estudio, ha desmitificado la figura
de Hipócrates, devolviéndole a su auténtico y real significado
histórico. Al parecer, desde el siglo III a. C., en Alejandría
creció el interés hacia la dietética. Sabemos que ésta había
sido inaugurada por Heródicos y llevada a la perfección por
Hipócrates y la Escuela de Cos, quienes preconizaban en la
dieta uno de los recursos terapéuticos
preferentes. Los discípulos de Hipócrates, la llamada Escuela
dogmática, como Praxágoras de Cos, prosiguieron el camino
emprendido por el maestro. De esta forma, cuando la Biblioteca
alejandrina, una de las mejores en la historia de la Humanidad,
dispuso de numerosísimos textos médicos griegos, de los siglos
V y IV a. C., empezó a interesar la dietética y la figura
de Hipócrates: el proceso de mitificación había empezado.
En este mismo momento los médicos y filológos alejandrinos
empezaron a preguntarse por los escritos del Padre de la Medicina
e iniciador de la dietética. Poco a poco se le asignaron libros
que eran de sus discípulos o de otras Escuelas, hasta componer
una enciclopedia médico-quirúrgica de setenta libros, que
es lo que la tradición conoce como Corpus hippocraticum o Colección hipocrática, como podemos designarla
en lenguaje más sencillo.
Resulta fácilmente comprensible, dadas las posibilidades de los compiladores
alejandrinos que, a una distancia de dos siglos sobre un núcleo
genuino de escritos hipocráticos, se fueran añadiendo otros
por razones de comodidad o, en otros casos, por confusión.
Lo cierto es que, bajo este título genérico, como diremos
más tarde, de Corpus
hippocraticum, se recogen escritos del propio Hipócrates,
textos de la Escuela de Cos, libros redactados por discípulos
directos o tardíos de Hipócrates, incluso algunos pertenecen
a escuelas doctrinalmente enfrentadas a las concepciones hipocráticas.”
Apenas a un paso de lo que pudiera pretender en su contenido manifiesto,
habrá este fragmento de precisarnos claramente, algunos de
los escollos ineludibles, propios al acto de quien se enfrenta
a la tarea de recopilar la historia, de aquel que, de algún
modo, pretende re-elaborar la historia, así sea sólo en ese
aparentemente accesorio terreno que va de la formulación a la comprensión.
A trasluz debemos poder entrever en esta alusión, que en su afán de acentuar
algún rasgo, para su criterio: revelador, habrá necesariamente
el recopilador de vérselas con la ambigüedad de los registros
(de por si una recopilación), en esencia, pondrá en estimación
las capacidades humanas pretéritas y presentes de registrar,
deberá atestiguar por la veracidad, puntualidad y sinceridad
de la documentación, por la presunción de paternidad de los
distintos hallazgos
y también de los supuestos mas similares. Se encontrará de
repente ante la magnificencia del hombre, y más concretamente
de algunos hombres, ¿cómo evaluar entonces, que por cualquier
razón deban seguir éstos tomando parte en los hontanares de
donde brota la tradición? ¿cómo se explica, por decir algo,
que sea precisamente el astrólogo y constructor de pirámides
Imhotep de quien exista la primera mención que se hace a un
médico, registrada hacia el año 2725 a.C.?
Se entiende entonces, que inevitablemente deberá estar dispuesto a enfrentarse
a la participación, latentemente protagónica, aporte o distorsión,
que el contexto imprima sobre el modo mismo de ver, podríamos
decir, de elaborar la representación, en este caso, del hombre,
de la salud, de la enfermedad y del mediador. Habrá necesariamente
de encontrarse con infinidad de clasificaciones y por extensión
con la habilidad humana o, debiéramos decir, la obsesión humana
por las categorías, obsesión que por demás aporta uno de los
logros y quizás el principal soporte de la medicina actual,
porque si algún triunfo existe sobre la enfermedad, si alguna
conquista en el terreno de la salud, que no nos sea dado refutar,
no será éste otro, que el control que ofrece la nominación.
Bien podría a algunos bastar lo anterior -o a eso al menos aspiramos- para
avalar que una revista cuyo objeto, mas aún, cuyo motivo no
es otro que el de fomentar la investigación a partir del ámbito
mismo del estudiante, precise de una sección completa dedicada
a la historia, sea que se considere ésta como anexo o como
modo de la investigación, en cuanto ambas se afanan por igual,
por emprender las diligencias necesarias para llevar a termino
cualquier tramite que permita indagar, descubrir y registrar
o simplemente tantear, sondear y
reformular.
Pudiendo sin embargo esto no ser razón suficiente para cualquiera, como
para remitirse a este espacio, sea en
calidad de lector o de co-artifice, habremos de apelar
simplemente, y considerando las intenciones de seducción de
este escrito, al rector principio del placer, del gusto mismo
de referir y de tal manera participar en una historia de magia,
demonios y narcóticos, misma historia que de cualquier forma
y, no sabría decir si de manera paradójica o consecuente,
se obstina en la presunciones de racionalismo metódico ¿resulta
acaso absolutamente licito trazar la linea histórica que de
manera tajante pudiera diferenciar al médico del druida o
del sacerdote? Es esta la historia más que de una
disciplina, de un modo de ver al hombre, que se manifiesta
por igual en el afán de los mesopotamios por sustentar el
asiento anatómico del alma en el hígado, como en la
escisión entre los dominios del alma y los del cuerpo, separación
que ya en los textos de Hipocrates se podrá poner en consideración,
en la medida en que en ninguno de éstos aparece mención a
cura alguna, que pudiéramos estimar, hoy en día, sobrenatural
por extracorporea.
Es esta reseña de un idealismo de sanaciones, la misma que acredita en
la figura del anatomista griego Herófilo de Calcedonia la
tortura académica de la vivisección de criminales, y la misma
que responde por las clásicas trepanaciones que
más allá de permitir la salida de espíritus ¿no estarán
de algún modo expiando la culpa del infeliz poseso?
Es así mismo la apología del tantas veces examinado método de ensayo y
error y al mismo tiempo expresión de la ansiedad que genera
la premisa de mantener el delicado equilibrio entre la
tradición y los avances. Es la narración del arte de
la interrogación, inspección y palpación, de esa observación
expresa en la práctica clínica y del mismo modo en
la vigilancia social del aislamiento.
En últimas, se entiende bien, que es esta misma historia de la medicina
la que otorga el sentido no a la doctrina, sino al hombre
que la profesa, pero -y me lo planteo en forma de pregunta-
¿no envuelve quizás todo lo mencionado sencillamente una expresión de
franca rebeldía humana, contra una naturaleza, arbitraria
en nuestro desconocimiento, indisponente a veces, quizás sencillamente
por incomprensible? De hecho, quién sabe si a la fecha de
hoy, tan distantes ya en tiempo y concepción de los grandes
relatos de la mitologia griega, de algún modo el bastón de
Esculapio no pudiera simplemente recordarnos el episodio
referido en el libro del Genesis
-de cualquier forma algo menos ajeno a nosotros-, en el que
la serpiente, el más astuto de todos los animales dijo a Eva:
“De ninguna manera moriréis. Es que
Dios sabe muy bien que el día en que comiereis de él
(¿el fruto de la medicina?), se os abrirán los ojos y seréis
como dioses, conocedores del bien y del mal.”