HISTORIA CLINICA (O DE LA CLINICA DE UNA HISTORIA)

Héctor Andrés Sánchez G.

“A los historiadores se les ha concedido un poder que incluso a los dioses se ha denegado: alterar los hechos ya ocurridos”[1]

 

Afirma Juan Riera en su libro Historia, Medicina y Sociedad [2]: “Sobre el Corpus existen numerosas interpretaciones. Una de las más verosímiles parece ser la aportada por el sabio helenista Ludwig Edelstein, a cuya autoridad nos remitimos. Según este filólogo, durante su vida Hipócrates era un famoso médico, pero no el único. Junto a Hipócrates debieron ejercer médicos al menos de igual valía y prestigio profesional en la Grecia clásica del siglo V a. C. Sin embargo, a partir del siglo III, con el auge de la Escuela alejandrina, fueron recogiéndose textos científicos griegos de los siglos anteriores. Durante esta primera etapa del período alejandrino tuvo lugar, según Edelstein, un proceso de mitificación de la figura de Hipócrates, como Padre de la Medicina, cuyo nombre se utilizaría para designar un conjunto de escritos de muy desigual procedencia temporal, ideológica y temática.

Edelstein, a través de un penetrante estudio, ha desmitificado la figura de Hipócrates, devolviéndole a su auténtico y real significado histórico. Al parecer, desde el siglo III a. C., en Alejandría creció el interés hacia la dietética. Sabemos que ésta había sido inaugurada por Heródicos y llevada a la perfección por Hipócrates y la Escuela de Cos, quienes preconizaban en la dieta uno de los recursos terapéuticos preferentes. Los discípulos de Hipócrates, la llamada Escuela dogmática, como Praxágoras de Cos, prosiguieron el camino emprendido por el maestro. De esta forma, cuando la Biblioteca alejandrina, una de las mejores en la historia de la Humanidad, dispuso de numerosísimos textos médicos griegos, de los siglos V y IV a. C., empezó a interesar la dietética y la figura de Hipócrates: el proceso de mitificación había empezado. En este mismo momento los médicos y filológos alejandrinos empezaron a preguntarse por los escritos del Padre de la Medicina e iniciador de la dietética. Poco a poco se le asignaron libros que eran de sus discípulos o de otras Escuelas, hasta componer una enciclopedia médico-quirúrgica de setenta libros, que es lo que la tradición conoce como Corpus hippocraticum o Colección hipocrática, como podemos designarla en lenguaje más sencillo.

Resulta fácilmente comprensible, dadas las posibilidades de los compiladores alejandrinos que, a una distancia de dos siglos sobre un núcleo genuino de escritos hipocráticos, se fueran añadiendo otros por razones de comodidad o, en otros casos, por confusión. Lo cierto es que, bajo este título genérico, como diremos más tarde, de Corpus hippocraticum, se recogen escritos del propio Hipócrates, textos de la Escuela de Cos, libros redactados por discípulos directos o tardíos de Hipócrates, incluso algunos pertenecen a escuelas doctrinalmente enfrentadas a las concepciones hipocráticas.”

 

Apenas a un paso de lo que pudiera pretender en su contenido manifiesto, habrá este fragmento de precisarnos claramente, algunos de los escollos ineludibles, propios al acto de quien se enfrenta a la tarea de recopilar la historia, de aquel que, de algún modo, pretende re-elaborar la historia, así sea sólo en ese aparentemente accesorio terreno que va de la formulación a  la comprensión.

A trasluz debemos poder entrever en esta alusión, que en su afán de acentuar algún rasgo, para su criterio: revelador, habrá necesariamente el recopilador de vérselas con la ambigüedad de los registros (de por si una recopilación), en esencia, pondrá en estimación las capacidades humanas pretéritas y presentes de registrar, deberá atestiguar por la veracidad, puntualidad y sinceridad de la documentación, por la presunción de paternidad de los distintos  hallazgos y también de los supuestos mas similares. Se encontrará de repente ante la magnificencia del hombre, y más concretamente de algunos hombres, ¿cómo evaluar entonces, que por cualquier razón deban seguir éstos tomando parte en los hontanares de donde brota la tradición? ¿cómo se explica, por decir algo, que sea precisamente el astrólogo y constructor de pirámides Imhotep de quien exista la primera mención que se hace a un médico, registrada hacia el año 2725 a.C.?

Se entiende entonces, que inevitablemente deberá estar dispuesto a enfrentarse a la participación, latentemente protagónica, aporte o distorsión, que el contexto imprima sobre el modo mismo de ver, podríamos decir, de elaborar la representación, en este caso, del hombre, de la salud, de la enfermedad y del mediador. Habrá necesariamente de encontrarse con infinidad de clasificaciones y por extensión con la habilidad humana o, debiéramos decir, la obsesión humana por las categorías, obsesión que por demás aporta uno de los logros y quizás el principal soporte de la medicina actual, porque si algún triunfo existe sobre la enfermedad, si alguna conquista en el terreno de la salud, que no nos sea dado refutar, no será éste otro, que el control que ofrece la nominación.

Bien podría a algunos bastar lo anterior -o a eso al menos aspiramos- para avalar que una revista cuyo objeto, mas aún, cuyo motivo no es otro que el de fomentar la investigación a partir del ámbito mismo del estudiante, precise de una sección completa dedicada a la historia, sea que se considere ésta como anexo o como modo de la investigación, en cuanto ambas se afanan por igual, por emprender las diligencias necesarias para llevar a termino cualquier tramite que permita indagar, descubrir y registrar o simplemente tantear, sondear y  reformular.

Pudiendo sin embargo esto no ser razón suficiente para cualquiera, como para remitirse a este espacio, sea en  calidad de lector o de co-artifice, habremos de apelar simplemente, y considerando las intenciones de seducción de este escrito, al rector principio del placer, del gusto mismo de referir y de tal manera participar en una historia de magia, demonios y narcóticos, misma historia que de cualquier forma y, no sabría decir si de manera paradójica o consecuente, se obstina en la  presunciones de racionalismo metódico ¿resulta acaso absolutamente licito trazar la linea histórica que de manera tajante pudiera diferenciar al médico del druida o del sacerdote? Es esta la historia más que de una  disciplina, de un modo de ver al hombre, que se manifiesta por igual en el afán de los mesopotamios por sustentar el  asiento anatómico del alma en el hígado, como en la escisión entre los dominios del alma y los del cuerpo, separación que ya en los textos de Hipocrates se podrá poner en consideración, en la medida en que en ninguno de éstos aparece mención a cura alguna, que pudiéramos estimar, hoy en día, sobrenatural por extracorporea.

Es esta reseña de un idealismo de sanaciones, la misma que acredita en la figura del anatomista griego Herófilo de Calcedonia la tortura académica de la vivisección de criminales, y la misma que responde por las clásicas trepanaciones que  más allá de permitir la salida de espíritus ¿no estarán de algún modo expiando la culpa del infeliz poseso?

Es así mismo la apología del tantas veces examinado método de ensayo y error y al mismo tiempo expresión de la ansiedad que genera la premisa de mantener el delicado equilibrio entre la  tradición y los avances. Es la narración del arte de la interrogación, inspección y palpación, de esa observación expresa en la práctica clínica y del mismo modo en  la vigilancia social del aislamiento.

En últimas, se entiende bien, que es esta misma historia de la medicina la que otorga el sentido no a la doctrina, sino al hombre que la profesa, pero -y me lo planteo en forma de pregunta- ¿no  envuelve quizás todo lo mencionado sencillamente una expresión de franca rebeldía humana, contra una naturaleza, arbitraria en nuestro desconocimiento, indisponente a veces, quizás sencillamente por incomprensible? De hecho, quién sabe si a la fecha de hoy, tan distantes ya en tiempo y concepción de los grandes relatos de la mitologia griega, de algún modo el bastón de Esculapio  no  pudiera simplemente recordarnos el episodio referido en el libro del  Genesis -de cualquier forma algo menos ajeno a nosotros-, en el que la serpiente, el más astuto de todos los animales dijo a Eva: “De ninguna manera moriréis. Es que  Dios sabe muy bien que el día en que comiereis de él (¿el fruto de la medicina?), se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal.”



[1] Irving, David. La guerra de Hitler . Barcelona . Editorial Planeta, 1977.

[2] Riera, Juan. Historia, Medicina y Sociedad. Madrid. Ediciones Pirámide, 1985.

 

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